13 may 2013

Ariel Castro, el monstruo de Cleveland: psicópata de manual

Salud mental
Por; josé Carlos Fuertes . medico Psiquiatra

A todos nos ha llenado de horror, indignación y también de sorpresa. Estos días hemos visto como un nuevo “depredador”, en esta ocasión acompañado al parecer de otros dos cómplices, a la sazón hermanos de la misma camada, ha sido capaz de martirizar a tres jóvenes durante los largos diez años que ha durado su secuestro, presentando durante este tiempo una doble cara y una doble conducta. Por un lado la de un ciudadano aparentemente normal integrado en su colectividad, y por el otro la de un monstruo abominable, agresor sexual, delincuente contumaz y sádico detestable.


Como psiquiatra, y a pesar de mi ya larga experiencia, estos casos me siguen sorprendiendo e interesando clínicamente; como persona corriente y moliente me llenan de espanto y perplejidad; y como médico forense, una vez más me confirman que la realidad supera con creces la ficción. Un ser humano secuestra, viola, lesiona, traumatiza, acosa, a unas adolescentes, que luego, tras diez largos años de cautiverio, se harán mujeres adultas marcadas por una realidad espantosa. ¿Que bestia es capaz de tan semejante muestra de crueldad? ¿Es posible que convivan en un mismo cerebro 'Dr. Jekyll y Míster Hyde'?

En los tratados de psiquiatría forense estos casos se describen y se estudian, cierto, aunque se añade siempre que son situaciones especiales, llamativas, no muy frecuentes y en las que existe siempre una trastorno psiquiátrico grave y persistente. Sólo a la luz de la alteración mental severa, de las antaño llamadas perversiones y aberraciones sexuales, de los trastornos de la personalidad más groseros, incluso de algunas psicosis, se puede explicar un comportamiento como el que nos ha llegado desde el otro lado del Atlántico.

Sé que algunos de los lectores discreparan de estas opiniones y dirán que se trata tan solo de gente perversa, malvada, cruel, inhumana, desalmada, en suma de delincuentes vulgares que merecen sólo el más duro reproche penal posible y todo el peso de la ley. Comprensibles, humanamente comprensibles son esos planteamientos, pero también a todas luces insuficientes y simplistas, si pensamos que el derecho y la ley debe castigar, pero también rehabilitar, y en la medida de lo posible, prevenir la repetición del comportamiento, y la valoración e interpretación psiquiátrica es imprescindible para estos menesteres.

Este tipo de conductas emanan a mi entender “siempre” de mentes enfermas, desequilibradas y claramente patológicas. No es posible tal nivel de crueldad y desatino sino se trata de un sujeto trastornado, que interpreta la realidad de forma anormal. Un sujeto que no tiene empatía, cuyas emociones son frías, distantes, cuando no inexistentes; que “cosifica” a los otros seres humanos empleándolos a su antojo y considerándolos solo cuerpos. Un sujeto que no ve enfrente de sí a una persona, sino tan solo a un “objeto de su propiedad” que puede usar, intimidar, herir, dañar, en suma manejar como si fuera un simple muñeco de trapo. Estamos ante una conducta claramente psicopática en sentido estricto y técnico del término.

El monstruo de Cleveland tiene un trastorno de la personalidad, es decir es un psicópata como la copa de un pino, aunque quizá según algunos no cumpla todos los criterios de clasificación que los médicos psiquiatras exigimos a fecha de hoy para tal diagnóstico. Lo que está fuera de toda duda es que este tipo de sujetos, aunque sean desequilibrados, son conocedores de la ilicitud de su conducta, son conscientes de lo que hacen y son libres para actuar en una u otra dirección, por lo tanto deben responder ante la ley de sus tropelías y maldades.

Estamos ante uno de los diagnósticos más duros que pueden hacerse hoy en psiquiatría forense. El psicópata de antes, trastorno antisocial o disocial de hoy, es el sujeto perverso por antonomasia, el paradigma de la maldad. Estudiándolos, nos damos cuenta que su conducta es difícilmente predecible, su desprecio por los demás, la norma, y la reincidencia, extremadamente frecuente. Son el claro ejemplo de la perversidad en estado puro y su reclusión en prisión no es suficiente. Es necesario arbitrar otro tipo de medidas a caballo entre la punición y la terapia psiquiátrica que nos proporcionen una alternativa más eficaz.

Aunque no sea políticamente correcto, la Prevención Individual y Social debe ser prioritaria en este tipo de casos, y quizá debamos replantearnos, con todas las cautelas que se quiera, la aplicación de medidas predelictuales, aunque para algunos suenen mal y sean sólo sinónimo de tiempos pasados.

> En la imagen, Ariel Castro, el monstruo de Cleveland.

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