| Ediciones Impresas Milenio
Después de 1973, Marruecos ha tenido un grano llamado el Sahara Occidental. Lo que pasa es que ese grano tiene petróleo en lugar de pus. Claro, hablamos ya de temas distintos. ¿Por qué que podría importarle a Marruecos un extenso terreno de arena desértica sino tuviera petróleo y uno de los mejores caladeros de peces del mundo? Los reyes —primero Hassan II, ahora Mohamed VI— han preconizado hasta la extenuación que esa tierra es de soberanía marroquí. Pero lo cierto es que desde 1973, la historia se ha ido escribiendo a base de sangre de represión.
En mayo de ese año, la declaración de Argel pidió el fin de ocupación española. Dos años mas tarde, Hassan II lanza la famosa Marcha Verde contra la frontera del Sahara Occidental. Su población huye y se establece en Tinduf, una ciudad fronteriza de Argelia. Un año más tarde, España se retira del territorio saharaui y el Frente Polisario reclama la República Saharaui Democrática, toda una declaración de guerra a Marruecos. En 1991 entra el vigor el alto el fuego pero con la pierna de Marruecos pisando el cuello al pueblo saharaui.
Desde aquel entonces hasta ahora, los saharauis han buscado por activa y por pasiva —esta última es la que más les conviene— independizarse del reino aluita. El último gran problema lo tenemos estos días, cuando ante la protesta de los saharauis en la ciudad de El Aaiún, el ejército marroquí ha liquidado literalmente a los “insurrectos”.
Los saharauis no tienen más remedio que ir de ghandis, de víctimas sin recursos ni armas, pataleados por el gigante marroquí. De otro modo, se convertiría en una lucha abierta en la que tienen todas las de perder. El Sahara Occidental no es precisamente Afganistán con un terreno escarpado y montañoso, preparado para una guerra. El Sahara es un extraordinario desierto, donde no hay posibilidad de esconderse. Los helicópteros marroquíes acabarían con el enemigo con los ojos cerrados.
Por otro lado, las autoridades europeas tienen una postura clara ante Marruecos. El gobierno español ha traicionado al pueblo saharaui. Sí, lo ha traicionado porque a pesar de las simpatías por el Frente Polisario, no ha dudado en apoyar a Marruecos. Tampoco le conviene a España aliarse con los saharauis cuando hay dos ciudades españolas, Ceuta y Melilla, enclavadas en Marruecos.
A Francia le pasa algo parecido. El gobierno de Sarkozy y los anteriores hablan —con la boca chica— del pueblo saharaui y sus derechos. Sin embargo a la hora de la hora, no dudan ni un momento en tender la “mano amiga” al rey alauita y sus adláteres.
Pero Marruecos juega la carta de quedarse sola, de que Occidente mira con ternura al Sahara y con horror a ellos. Mohamed VI es sumamente hábil. Sabe que mientras Occidente piensa que Marruecos está aislada —desde el punto de vista formal— tiene el “derecho” de acogotar al enemigo. Por otra parte, los saharauis también reconocen que como les puede ir menos mal es haciéndose las víctimas. Ganan tiempo y, en el terreno diplomático, pueden conseguir avances.
De todos modos, no nos engañemos. Marruecos jamás entregará el Sahara a los saharauis. Ni está en sus planes ni en su agenda. Sobre todo porque hay ahí demasiado petróleo para vender o repartir. Y sino que se lo pregunten a algunas empresas estadunidenses que tienen una pierna por esos lares. El mismo Estados Unidos ve con simpatías a Marruecos. No olvidemos que los servicios secretos marroquíes están considerados como uno de los mejores del mundo.
En agosto del 2003 el Consejo de Seguridad nombró al antiguo Secretario de Estado de EU James Baker como comisionado para realizar un plebiscito. Fue más el ruido que las nueces. Tan sólo una operación de maquillaje. pm
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