28 sept 2009

El antivictimismo de Lisbeth Salander


laverdad.es ARACELI MEDRANO
Foto: JOSÉ IBAARROLA

No me extraña que el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial haya premiado a titulo póstumo a Stieg Larsson por su contribución a erradicar la violencia de género y por su denuncia contra la violencia machista en su literatura.
La violencia física o psíquica que algunos hombres ejercen contra las mujeres en su entorno familiar, es uno de los hilos conductores que enlaza los volúmenes de la trilogía Milenium y que responde en parte al supuesto comportamiento violento y asocial de la protagonista femenina, ya que Lisbeth Salander ha sido testigo durante su infancia del maltrato brutal que su progenitor aplicaba contra su madre, hasta el punto de provocarle un derrame cerebral que la deja sumida en un estado vegetal.
Un secreto que se desvela en el segundo tomo para el lector (Zalachenko, espía ruso, es el padre de Salander), da razón del falso diagnóstico de esquizofrenia paranoide que se emite contra la protagonista femenina por un perverso psiquiatra, con el fin de silenciar la vinculación de Salander con su padre, ya que los intereses de una sección ilegal de la Säpo están muy por encima de los derechos constitucionales de una menor, a la que se intenta silenciar por todos los medios.
Estos hechos apuntan a denunciar en la obra de Larsson no sólo los efectos perversos que originan determinadas estructuras y dinámicas de poder en el ámbito privado y público (Zalachenko era más importante que la madre de Salander), sino también el lado oscuro del idealizado Estado de bienestar sueco, en lo que respecta a sus servicios de atención social, sus medios de comunicación, la clase financiera, el poder político, la policía de seguridad y los servicios de atención clínica y psicológica.
Pero más allá del lado oscuro de esta trama, lo que ilumina esta obra y brilla con luz propia es la personalidad de la protagonista femenina que se caracteriza por la ausencia de victimismo en su posición psicológica respecto al otro, a pesar de haber sido presa de maltrato familiar y víctima de abuso físico, psicológico y judicial.
Su negativa a hablar con el psiquiatra Teleborian, aunque la tuviera atada de por vida a la cama del hospital psiquiátrico Sankt Stefan, muestra una posición decidida de separación con el otro, que impide que se instale en una identificación como víctima indefensa del malvado psiquiatra Teleborian.
Nos gusta Salander porque sabe cuidarse de si misma, es más inteligente que sus adversarios, reacciona rápidamente a las agresiones, sabe defenderse con una destreza extraordinaria tanto física como psicológica, y es capaz de generar una enorme transferencia afectiva en aquellos que la conocen bien.
Salander es una resiliente porque ha sido capaz de responder y afrontar situaciones traumáticas y salir reforzada psicológicamente de las mismas. En este proceso de resiliencia se ha buscado como familia a los miembros de la hacker Rep para que la ayuden a resolver los problemas con el Estado sueco, y ha construido un vínculo afectivo con el maravilloso y justiciero periodista Mikael Blomkvist, que trata por todos los medios de que se haga justicia con ella y demostrarle su afecto y amistad.
La imagen de mujer fuerte, resistente e inteligente está presente en todos los personajes femeninos de la trilogía de Larsson, desde la protagonista, Lisbeth Salander, hasta Erika Berger, Mónica Figuerola, Susanne Linderfy y la abogada Annika Giannini.
Todas ellas son mujeres luchadoras y comprometidas que transmiten, cada una a su manera, una enorme capacidad para lidiar con la adversidad, en ese punto límite en el que se enlaza la pulsión de vida y la pulsión de muerte de una manera tan feroz que los personajes resurgen investidos de un plus de vida al salir ilesos de la batalla.
La lucha que se mantiene para esclarecer la verdad de los hechos en torno a Salander, y desmontar a los miembros de una sección ilegal de la Säpo, se sostiene desde valores fundamentales como la amistad, la lealtad, la justicia, el esfuerzo del trabajo realizado en equipo, así como desde la necesidad de restaurar los valores inherentes al buen funcionamiento de una sociedad democrática. El resultado de todo ello es un desenlace satisfactorio que anula la declaración de incapacidad de Lisbeth Salander y esclarece la causa de los hechos que estructuraron su historia clínica.
Aunque la trilogía termine, el personaje de Salander ha dejado tal impronta en los lectores que se continuará escribiendo en torno a ella, la veremos de nuevo en la pantalla y la reconoceremos cada vez que, a pesar de la adversidad, se ponga en acción en cada uno de nosotros el antivictimismo y los mecanismos curativos inherentes a un proceso de resiliencia.
No quiero terminar sin añadir que quizás el último tomo de la trilogía podría haberse titulado La reina en el palacio de las corrientes de aire y los hombres que amaban a las mujeres. Hombres como Mikael Blomkvist y el autor sueco Stieg Larsson que nos ha legado esta excelente trilogía.

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