11 feb 2009

En la salud y en la enfermedad

laverdad.es/MANUEL MOLINA BOIX
Oh el amor a pocas fechas de su conmemoración anual en este preludio primaveral que se resiste a que la nieve cubra los almendros! Corazones decorativos por doquier y fantasía flotando a través de un tapiz de trigales moteados de rojas amapolas. ¡Alto, alto, no nos dejemos llevar por los sueños y pongamos los pies sobre la tierra! Seamos realistas, el amorío también soporta cargas materiales asumidas ante testigos al proclamar la unión «en la pobreza y en la riqueza» fórmula que sobrevuela con variaciones en la dote y el ajuar diferentes épocas y culturas. Razones económicas que siguen primando, adaptándose a las peculiaridades de los tiempos como en algunas uniones de conveniencia convertidas en un pingüe beneficio ilegal para tener acceso preferente a la nacionalidad española.
Pero el enunciado de mutua aceptación se completa con el aserto de «en la salud y en la enfermedad» para cuidar al conyugue en sus problemas de salud y que se ha transformado en algunos ámbitos en coartada para atender las necesidades de aseguramiento a cargo de uno de los miembros de la pareja en países que carecen de sistema sanitario gratuito, en concreto en Norteamérica. Circunstancia que se ha constatado con creciente frecuencia hasta el extremo de condicionar en muchos casos la actitud ante divorcios y separaciones cuando uno de los ofendidos miembros del matrimonio se lo piensa dos veces antes de tomar una decisión radical que lo dejaría a la intemperie, sin el resguardo protector del seguro sanitario que le brinda su pareja. Influencia incluso jocosa si no fuera cierta a la hora de establecer relaciones como con sinceridad confiesa un treintañero profesor de la universidad de Columbia el cual, después de haber sido sometido a un trasplante renal, comprobó que a partir de ese momento se enfrentaba a un grave problema por necesitar medicinas para evitar el rechazo que le suponían un coste de casi mil dólares mensuales, cantidad que ni de lejos cubría su exiguo y exigente seguro. Visto lo cual a partir de entonces optó por salir de modo preferente con chicas canadienses, danesas o españolas pensando de modo interesado, aparte del obvio flechazo, en que su pareja fuese natural de un país principalmente europeo con cobertura sanitaria universal. Logro con final feliz de cuento de hadas al haber puesto el destino en su camino a una joven neozelandesa, país que goza de iguales prerrogativas que los del Viejo Continente.
Así de crudas están las cosas por ahí afuera. Por fortuna esta visión interesada no es factible en nuestro medio en el que la gratuidad es completa y en materia de trasplantes una bendición que como tal se debería de apreciar. Pero de todo se puede sacar provecho y por si no se le había ocurrido la idea a ningún intrépido empresario ahora se la brindo gratis para organizar encuentros al estilo de las legendarias caravanas del Lejano Oeste en busca de pareja en los que además del amor obtendrían el derecho consorte a una atención sanitaria sin trabas. Estímulo para relanzar nuestra maltrecha economía y anudar vínculos afectivos con los naturales de otras naciones sobre la base de sólidos fundamentos afectivos. Y saludables, por supuesto.

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